TODA
CLASE DE PIELES
Había una vez, en un reino muy muy
lejano una ciudad llamada Liliput, la cual estaba gobernada por un
rey y una reina muy jóvenes, ambos estaban muy enamorados. El rey,
llamado Gunnar, era muy guapo, fuerte y valiente que se enfrentaba a
cualquiera de las batallas junto a su fiel corcel. Finna la reina,
era muy guapa, con un cabello dorado como el oro, unos ojos de color
verde esmeralda y de una figura envidiable.
Pasados tres o cuatro años de contraer
matrimonio, la reina se quedó embarazada. Esta buena noticia fue
sabida por el rey y por todos los que convivían en palacio y gracias
a ella los ciudadanos de este reino les obsequiaron a los reyes con
regalos, oraciones e incluso con ritos ancestrales para que todo
fuera bien durante el embarazo y en el momento del alumbramiento.
Una noche de luna llena, concretamente
el 12 de Enero de aquel año, la reina se puso de parto, asistieron
las comadronas y el médico ante tal alumbramiento. El rey muy
nervioso esperaba conocer a su hijo, pero cuál fue su sorpresa, que
su amada esposa había traído al mundo a una pequeña niña. De cara
redonda, con unos ojos preciosos de color verde esmeralda y con el
pelo tal y como tenía su madre.
Los días, los meses y los años fueron
pasando y los reyes criaron a su hija Keyla con la mejor educación
que le podían dar y con un amor incondicional.
Como tantos otros años el día del
cumpleaños de las Keyla había llegado, pero este año era especial
porque cumplía 18 años, su mayoría de edad. Justo aquel día llegó
también desde un reino muy muy lejano, Clencho, el rey mas poderoso
de toda la Tierra. Este había cruzado los mares más profundos, los
desiertos más áridos y las montañas más altas porque en su reino
se había extendido el rumor de que Keyla era la princesa con la que
todos soñaban debido a su incomparable belleza.
Gunnar estaba tan entusiasmado con que
el rey más poderoso del mundo quisiera casarse con su hija que no
dudo ni un segundo en ofrecerle su mano.
Keyla ante tal imposición demostró su
disconformidad a sus padres.
- ¿Papá cómo voy a casarme con
una persona que no conozco absolutamente de nada por muy poderosa que
sea?
- Si hija, debes contraer matrimonio
con Clencho, así tiene que ser.
- Pero papá, yo había soñado
casarme con un marido al que amara de forma desinteresada y con el
corazón.
- Lo siento hija, deberás casarte
antes de primavera.
Keyla, muy descontenta ante la
imposición de su padre, decidió marcharse a su habitación y pensar
qué poder hacer para no tener que casarse.
El tiempo fue pasando y noches de dolor
y llanto transcurrían por tal imposición a la que la princesa no
quería acceder. Pero esas noches de llanto se fueron calmando y su
mente fue ideando una estrategia para poder librarse de aquel
matrimonio.
Un día frio pero algo soleado Keyla se
despertó y fue corriendo a su padre a decirle que sí aceptaba ese
matrimonio.
- Papá, papá, me casaré con el
hombre que tú has decidido para mí, pero tienes que hacerme un
regalo, ese regalo será el mejor regalo de compromiso jamás visto.
- ¿Un regalo?, dijo el rey
- Si papá, si voy a casarme con el
rey más poderoso del mundo me merezco un regalo a su altura. Quiero
tres vestidos: uno de color dorado como el sol, otro tan plateado
como la luna y otro tan brillante como las estrellas. Y los quiero
para días antes del anuncio de mi compromiso.
- Pero… no sé si voy a poder
hacerte ese regalo, son muchos vestidos, además tengo que mandar
confeccionarlos, buscar las telas, etc. no sé si estarán hechos a
tiempo para ese día.
- Pues entonces, no me caso.
- Está bien hija, intentaré
complacerte.
El rey mandó buscar las mejores telas
para poder confeccionar los tres vestidos, pero los modistos de la
ciudad no tenían telas tan especiales, y el rey mandó buscar fuera
de su ciudad las telas. Keyla por su parte pensaba que su padre no
iba a cumplir con su petición pero se equivocó, al no darse cuenta
de las inmensas ganas de poder que él tenia.
-Keyla ya están aquí las telas,
tendrás que tomarte medidas para hacer los vestidos que me pediste.
Keyla enfadada fue a que los modistos
le tomaran medidas. Y tres semanas después los modistos habían
terminado los vestidos, uno de color dorado como el sol, otro tan
plateado como la luna y otro tan brillante como las estrellas.
- Hija mía, aquí tienes los
vestidos tal y como me pediste, ahora tendremos que poner fecha a tu
boda y así poder anunciar a todos tu compromiso.
Keyla que estaba desconcertada porque
su padre había conseguido algo impensable para ella, se le ocurrió
otra idea.
- Papá, pon tu la fecha de la boda,
pero antes debes hacerme un último regalo por mi boda, un abrigo
confeccionado por todo tipo de pieles.
- ¡Pero hija! ¡Eso es imposible!
¡Queda poco para la primavera!
- Papá entonces, no me caso.
- Está bien, intentaré complacerte
este último regalo.
El rey que no le quedaba otra opción
si quería que su hija se casara, mandó confeccionar el abrigo de
toda clase de pieles.
Un mes más tarde, los modistos de la
ciudad llegaron a palacio con el abrigo de toda clase de pieles, el
cual era largo hasta los pies, con mangas anchas y una capucha
amplia.
- Querido rey, aquí tiene el abrigo
que mandó confeccionar.
Keyla que estaba presente, se disgustó
mucho porque no imaginaba que pudieran hacer un abrigo tan especial,
y se dio cuenta de que pidiera lo que pidiera, su padre lo iba a
conseguir.
- Keyla, aquí tienes tu último
regalo. Ahora si podrás casarte con Clencho.
- Si padre, ya puedes poner la fecha de
la boda, contestó triste y desolada.
Por lo que el rey decidió que la boda
se celebraría el día 21 de Marzo, día en que comienza la
primavera. Y llegó la noche antes de la boda, día en que se
celebraba un banquete y un baile en honor a los novios. Pero Keyla
que no soportaba la idea de casarse con aquel rey tan poderoso pero
totalmente desconocido para ella, decidió hablar con su madre para
ver que podía hacer. Su madre que aunque había permanecido callada
por el profundo respeto y amor que sentía por su marido le dijo que
huyera de aquel lugar y que nunca regresara. No quería contradecir a
su marido pero no podía ver el profundo dolor que este estaba
causando a su única hija. Antes de dejarla marchar, la reina Finna,
le entregó una cadena de oro en la que puso su anillo de boda, ya
que su marido era el culpable de su huida; una rueca que perteneció
a su madre y el colgante de una virgen que era de su abuela. Así, de
esta manera, su hija siempre la llevaría con ella y sabría que en
cualquier ocasión y pasara el tiempo que pasara siempre estarían
juntas.
Llegado el anochecer Keyla se marchó
de palacio, llevándose consigo los tres vestidos, el abrigo de todo
tipo de pieles y el colgante con los tres abalorios que colocó en
su delgado y fino cuello. Keyla huyó lejos muy lejos de palacio,
comenzando así su huída ante la imposición de su padre.
Pasaron días fríos, lluviosos y
ventosos, pasaron noches de luna llena y de cielos estrellados, en
los que Keyla viajaba poblado tras poblado, ciudad tras ciudad, reino
tras reino para no ser encontrada por su padre. Pero su aspecto
también iba deteriorándose a medida que iban pasando esos días
fríos, lluviosos y ventosos y esas noches de luna llena y cielos
estrellados, por lo que su piel se iba oscureciendo por la suciedad y
su pelo parecía de color marrón en vez de rubio platino, y se iba
demacrando cada vez más por no poder llevarse nada o casi nada a la
boca con lo que alimentarse.
Hasta que un día en el que Keyla
descansaba de su larga caminata del día anterior, escondida en el
hueco de un árbol grande y frondoso, intentando dormir, escuchó
ruidos de perros, caballos y voces, y se dio cuenta que no era un
sueño, sino que estaba en medio de una cacería. Ella se escondió
muy bien, se tapó con su abrigo de todo tipo de pieles, pero fue
inútil cuando se quiso dar cuenta estaban tan cerca que se encontró
con cuatro perros olfateándola.
- ¿Qué será esto? ¿Qué es esta
cosa que está cubierta por muchas pieles? Se preguntaron aquellos
cazadores.
- No me hagáis daño, solo soy un
animalito asustado, que no os va hacer daño, dejarme vivir.
- ¿Pero quién eres?, tú no eres
un animal, tú eres una persona, y ¿quién eres? ¿Cómo te llamas?
- No tengo ni idea, no lo recuerdo,
no sé quién soy, ni de dónde vengo, solo quiero que me dejéis.
Respondió ella toda asustada.
Pero los cazadores no eran simples
cazadores, eran los cazadores del Reino de Noneim, pertenecientes al
Príncipe Ron, el cual se acercó, montado en su caballo negro, al
árbol y al ver aquella joven demacrada, sucia y abrigada por su
abrigo de todo tipo de pieles sugirió llevársela a su palacio, para
darle de comer y si ella quisiera quedarse para ayudar en las
cocinas. Ella quedó eclipsada por ese príncipe tan apuesto que no
pudo negarse ante tal ofrecimiento.
Todaclasedepieles acabó en las cocinas
de aquel palacio de aquel príncipe tan apuesto. El cocinero la
aceptó como una más y la enseñó a preparar todo tipo de platos,
que día tras día preparaba con tanta laboriosidad para que el
príncipe los degustara y así en algún momento poder impresionarle.
Cuando ya llevaba viviendo más de tres
largos años, el Príncipe Ron anunció que iba a elegir a su esposa,
para ello iba a organizar un gran baile que duraría tres días.
Cuando llegó el primer día de baile,
Todaclasedepieles le preguntó al cocinero:
- Por favor, ¿puedo subir a ver el
baile?, nunca he visto un baile en un palacio. Por favor, déjame, te
prometo que no me verán, estaré escondida de una de las grandes
cortinas que hay en el gran salón.
- El cocinero le respondió: “Te
dejo, pero con una condición, tienes que estar de vuelta pronto
porque por la noche hay que preparar cosas para el día siguiente”.
- Sí, sí, no te preocupes, esteré
de vuelta tan pronto como los invitados comiencen a marcharse.
Todaclasedepieles subió a su
habitación y comenzó a arreglarse, se lavó su cara y sus manos, y
se puso el vestido dorado como el sol. Después bajó al gran salón
donde se celebraba el baile, y al principio pasó desapercibida ante
los ojos del príncipe, pero algo más tarde se percató de la
presencia de esa hermosa joven de piel blanca con ojos verdes
esmeraldas y de pelo rubio platino.
El Príncipe Ron sin pensarlo se fue
acercando, observándola poco a poco, y finalmente se posicionó a su
lado, entablando una conversación de lo más normal.
- Señorita ¿quiere usted bailar
conmigo?
- Sí, dijo Todaclasedepieles.
Bailaron hasta llegar el anochecer, y
es cuando Todaclasedepieles tuvo que marcharse ya que no podía
faltar a su palabra con el cocinero.
Subió a su habitación, se cambió, se
puso su abrigo de toda clase de pieles, se tiznó su cara y sus
manos. Y bajó a las cocinas para ayudar al cocinero con la cena.
- Hoy tengo mucho trabajo, ¿puedes
hacer la cena y un caldo para el príncipe y después se la subes a
su habitación?, le dijo el cocinero a Todaclasedepieles.
- Sí, por supuesto.
Todaclasedepieles preparó la cena y el
caldo para el príncipe que sirvió en una copa de plata. Mientras
subía la cena, todaclasedepieles abrió su colgante e introdujo en
la copa el primer abalorio, el anillo de su madre; al llegar a la
habitación ella llamó a la puerta y dejó sobre la mesa la bandeja
con la cena y el caldo.
El Príncipe Ron que tras haberse
comido el plato de comida prosiguió a beber el caldo, donde encontró
el abalorio, el cual dejó sobre su mesilla sin darle importancia.
Al día siguiente llegó el segundo
baile, y Todaclasedepieles le pidió al cocinero subir para verlo
como en la noche anterior, el cocinero le dijo que sí, y ella subió
a su habitación para cambiarse y lavarse, en esta ocasión se puso
el vestido plateado como la luna. El Príncipe Ron cuando la vio
aparecer se quedó eclipsado por tanta belleza, y sin esperar se
aceró a ella y le pidió bailar. Pero cuando llegó la media noche
Todaclasedepieles tuvo que ausentarse para ir a preparar la cena del
príncipe. Subió a su habitación se cambió y se puso su abrigo de
toda clase de pieles, bajó a las cocinas y preparó la cena y el
caldo para el príncipe. Cuando la fue a subir ella sumergió el
segundo abalorio en la copa de plata.
El Príncipe Ron al terminar de cenar,
bebió de su copa de plata y se encontró el segundo abalorio, y
pensó “Esto ya no es una casualidad”. Por lo que mandó
llamar al cocinero para saber quién había preparado la cena y la
bebida.
- Cocinero, ¿me has preparado tú
la cena? ¿y el caldo?
- Sí, señor, he hecho yo la cena y
el caldo.
El Príncipe Ron extrañado, dejó el
abalorio junto con el otro en la mesilla. Al día siguiente en la
hora del baile, Todaclasedepieles como los dos días anteriores
prosiguió a vestirse, esta vez con el vestido brillante como las
estrellas, y bajó al baile. El príncipe que ya la estaba esperando
se acercó a ella, y estuvieron hablando y bailando durante el tiempo
que duró el baile.
Y el Príncipe Ron durante el último
baile de la noche le puso un anillo dorado en el dedo sin ella
haberse dado cuenta, pero Todaclasedepieles tuvo que ausentarse de
nuevo para preparar la cena del príncipe.
Subió a su habitación y sin apenas
tener tiempo para cambiarse, se puso su abrigo de toda clase de
pieles pero se olvidó de quitarse el anillo que el príncipe le
había puesto.
Tras haber preparado la cena, ella
subió como las noches anteriores la cena a la habitación del
príncipe, y durante el camino sumergió el último abalorio, la
rueca, pero esta vez el príncipe le estaba esperando.
- Todaclasedepieles, no te marches,
quédate hasta que yo termine para que después te lleves la bandeja.
- Pero yo tengo que hacer muchas
cosas, señor
- No te preocupes pueden esperar.
Y una vez terminado el príncipe su
cena y bebido el caldo se encontró con el tercer abalorio, la rueca.
- Todaclasedepieles, ¿sabes qué es
este abalorio y qué significa?
- Creo que mientes, porque tú eres
la persona con la que he estado bailando estas tres últimas noches.
- Mi señor, eso es imposible.
Y el príncipe se levantó, le quitó
la capucha a Todaclasedepieles y pudo descubrir a esa joven de piel
tersa, pelo rubio dorado y de ojos color verde esmeralda.
Todaclasedepieles se puso algo colorada por haberla descubierto.
- No temas, eres la persona que he
estado esperando durante toda mi vida, eres esa chica con la que he
soñado durante muchas noches. Eres la joven a la que dejé caer un
anillo en el dedo y por eso sé que eres tú.
- Pero ¿no te importa mi pasado, ni
quién soy realmente?
- No, sólo me importa cómo eres
tú, no me importa que seas pobre, cocinera, noble o rica. Tú y
solamente tú eres mi elegida, la única que podrá hacerme
verdaderamente feliz y por eso quiero que seas mi esposa. ¿Quieres
casarte conmigo?
Ella que estaba inmersa en una profunda
alegría, sin pensarlo le besó. Un beso profundo y largo el cual
selló ese amor que duraría por el resto de sus vidas.